lunes, 15 de octubre de 2012

Posted by Ródenas 50 Aniversario On 15.10.12
Son las 12,45 de la mañana. Mi compañero Blas Francisco Lorenzo Duque y yo, jugamos a los malabarismos con la silla, y nos inclinamos hacia atrás para dejarnos caer en la mesa que pone fin al aula. Elegimos a conciencia este puesto, el último de la clase, para poder ponernos de esta manera. Don Luis escribe en la pizarra divisiones para los deberes. Complicado va estar realizarlos a la tarde, las calles del barrio nuevo nos esperan. 


Es primavera del año 1994. Desde la ventana del primer piso vemos a los alumnos de primero, recién llegados al centro, como juegan en su hora de gimnasia. La ventana supone el único hilo de escape a la imaginación de un niños de 12 años que pronto pasarán al nivel superior, al instituto, dejando atrás 6 maravillosos años entre los muros del Colegio García Ródenas. 

Muchos son los profesores que han pasado por nuestra aula, intentando, de una u otra forma, conseguir que aquellos “salvajes” se fueran convirtiendo en niños preparados para dar un gran salto en la vida y seguir nuestro camino, sin saber apreciar que acabaría una de nuestras mejores etapas de la vida. “La vida es ir creciendo”, me decía mi abuelo… Doña Mari Carmen, Doña Tana, Doña Pilar, Don Juan Matías, Don Jesús, y un grato recuerdo a Don Luis que nos trató durante más de tres años. 

Y vaya si hemos crecido. Atrás quedaron los años de división de patios, donde los alumnos más chicos no se podían mezclar con los de mayor edad. La eliminación del muro que dividía ambos patíos, y que supuso ampliar el espacio de juego de unos niños que apenas habían visto mundo. También nos trajo el asfaltado de la pista de deportes, de la cual todas nuestras madres se “habían acordado de ella” al llevar unos nuevos pantalones rotos al habernos caído. O la creación de la fuente del patio de recreo, que tantos y tantos globos de agua llenó… 


Pero no solo el centro ha cambiado. Nosotros hemos cambiado al mismo ritmo. Y este año más que nunca. Somos 33 en una única clase. La generación del 84 no era tan numerosa como la del 83 o la del 85, que sí que formaban dos clases. Este año, entre nosotros, podemos encontrar alumnos repetidores que se unen a nosotros para formar un grupo más complicado si aún cabe. Pero todos hemos cambiado lo justo para que ya nos vaya dando vergüenza salir en la fiesta fin de curso… Nuestra última fiesta.

De las “casas de los maestros”, vemos salir a Doña Mati. Gratos recuerdos de nuestra primera maestra en colegio, y por qué no decirlo, la primera en pegarme un “palo”, por escaparme a casa a cambiarme de ropa después de caer en un charco durante el recreo… pero eso ya es otra historia. 

De repente, un “Fernando” me atrae de nuevo a la realidad del aula. Don Luis me reclama atención y como recompensa, me toca salir a la pizarra a resolver el problema. La pizarra. Esa “pasarela Cibeles” donde a todos nos han temblado alguna vez las piernas. Pasearte delante de tus treinta compañeros y sobre todo, el miedo a realizar alguna “burrada” y provocar sus risas son el peor tribunal al que nunca nos habíamos presentado. Suerte que en aquellos tiempos, no se me daba mal estudiar… 

De vuelta a mi puesto, el timbre nos recuerda que es hora de irnos a casa. Rápidamente, Paco “El Rambo” y Rafael Gil Escámez salen disparados del aula. Tenemos una hora hasta las dos, hora de comer, para poder jugar un poco al futbol. Y es importantísimo coger la pista antes que nadie. De echo, es lo más importante de toda la mañana. Cojo mi balón, y con el resto de los chicos de la clase, nos dirigimos a la pista para jugar un poco. Las chicas que se quedan, se sientan en el borde del escenario del patio hablando de sus cosas, riéndose, y haciendo miraditas de niñas a algunos compañeros… 

Yo, en la portería de mi equipo, reviso el patio consciente de que pronto dejaremos de venir. En una sola mirada, podías comprobar toda la “fauna” que existía en el centro, y a qué nos dedicábamos según épocas del año: las canicas, la peonza, el baloncesto (en la parte atrás de la pista, en los pilares de la entrada), los globos de agua… todos estaban por allí representados de una u otra forma por otros niños del colegio.

Y llegaba de hora de irse a casa. La madre de Francisca Belén Amor Martínez asomaba la cabeza por la puerta de atrás reclamándola para comer, y ya sabíamos todos que íbamos tarde a casa. Pero no por mucho tiempo. De nuevo a la tres, media hora antes de entrar a clase, nos veríamos todos allí para seguir con lo que nos dejamos a medias: juegos, risas, alguna riña y mucha amistad que retumbarían para siempre en los muros de nuestro colegio, ese que hoy sigue viendo niños crecer casi 20 años después de que nosotros dejásemos de hacerlo.

1 comentario:

  1. María del Pilar10/28/2012

    Fernando, me ha fascinado tu relato.
    Un abrazo muy grande de tu prima María.

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