domingo, 14 de abril de 2013

Posted by Ródenas 50 Aniversario On 14.4.13
     De este colegio amo cada una de sus baldosas, cada azulejo,…

   Al adentrarme en sus pasillos y subir sus escaleras, percibo un gran sentimiento de cariño hacia este colegio, mi escuela, donde aprendí mi vocación y donde a día de hoy, ejerzo con mucho gusto. Por eso, incluso aquello que es material, me inspira un enorme afecto.

   Mi nombre es María del Pilar; María para mis familiares, Pilar para mis compañeros de trabajo, Pili para mis amigos. Nací en Bullas hace 33 años y es para mí un gran honor poder trabajar en este centro, el COLEGIO PÚBLICO OBISPOS GARCÍA-RÓDENAS desde hace casi diez años, donde actualmente soy tutora en 5º B y maestra de matemáticas en 5ºA. Y digo que es para mí un honor trabajar aquí pues es el colegio en que crecieron mis padres, donde crecimos mis hermanos y yo y donde lo crecerán ahora, si Dios quiere, mis dos hijos, Alba y Marcos. Mis padres son el Tomás “el colgao” y la Cati “de la Murta, hija del Esteban el carpintero”. Les menciono porque, aunque en este colegio recibí gran parte de mi educación, aquellas cosas que son fundamentales en la vida de cualquier ser humano las aprendí en mi casa, de los mejores maestros que pude tener: mis padres. A ellos les debo lo que soy por dentro, pues aunque me proporcionaron todas las facilidades para realizar mis estudios de Magisterio, lo que realmente me sirve para afrontar cada día con alegría e ilusión son los principios y los valores que con tanto tesón nos transmitieron tanto a mí, como a mis dos hermanos: Tomás y Esteban. La educación que recibí en mi casa fue la base sobre la que se sustentaron todas las demás. Cada día que pasa aprendo algo nuevo de ellos y me doy cuenta de que, pese a mi superada mayoría de edad, todavía hay muchas cosas que no sé. 

     En mi pequeña infancia fui a la guardería Baby un solo día. Estaba en el Camino Real, muy cerca de mi casa que está en la calle Fiel. Mi madre dice que no me gustó y que lloré tanto que, aunque decían que era muy importante para el desarrollo estar con otros niños, pensó que podría esperar un poco a que empezase la escuela. 

     Yo no recuerdo exactamente mi primer día en la escuela, pero tenía casi cuatro años y fue en las llamadas “Escuelas Viejas”. Era el año 1983. Supongo que lloré tanto como en la guarde, seguro que mi señorita Juani “la patillas” me consoló, y que con el tiempo le cogí el gustillo a aquello de ir a la escuela. Muchas veces me llevaban y me recogían mis abuelas (pues mi hermano Tomás acababa de nacer y mi madre no podía hacerlo), y recuerdo esos paseos con calma desde la puerta de la escuela a mi casa a lo largo de la calle “Los Hornos”, que todavía conserva ese aire de antes, pues ni el asfaltado ni las casas han cambiado mucho, aunque tristemente muchos vecinos ya no están ni tampoco se ven casi niños que jueguen por allí. 

     El edificio de la escuela era antiguo, pero lo recuerdo muy cálido. Los escalones estaban desgastados y no podía agarrarme a la baranda porque todavía era muy pequeña (siempre fui la más pequeña de mi clase) y me quedaba muy alta. Para ayudarme a subir utilizaba los barrotes que la sujetaban al suelo. En el rellano de arriba había unos balcones y me gustaba mucho asomarme por allí, sobre todo si llovía. Me encantaba el olor de los días de lluvia; todavía hoy me gusta. 

     En las Escuelas Viejas hice mis primeros amigos, que tengo la suerte de decir que a día de hoy lo siguen siendo. Hemos hecho nuestra vida, pero cada vez que nos vemos siento la alegría de saber que ellos son una parte muy importante de mí. Nos paramos, hablamos,… se nota que hemos crecido. Algunos tenemos hijos, otros viven fuera y nos vemos menos a menudo,… pero sentimos un gran afecto mutuo. Hace unos meses nos juntamos a cenar: tratamos de reunirnos todos, pero claro, fue imposible; no a todo el mundo le viene bien la fecha o la hora,… Pero allí estuvimos. Hubo risas, tontunas, recuerdos, fotos,… 

Estos somos nosotros actualmente


     En las Escuelas Viejas aprendí a leer con “La Cartilla” de Paláu: recuerdo “la i de iglesia”, “la p de pera”, “la n de nido”,… aquellas tardes tranquilitas leyendo de uno en uno con la señorita Juani, que señalaba las sílabas con un boli mientras nosotros íbamos descifrándolas sin entender del todo lo que leíamos… 

     Algunas tardes la señorita nos dejaba llevarnos juguetes de casa y lo pasábamos genial. Supongo que sería después de que vinieran los Reyes Magos.

     La maestra nos tenía numerados por parejas. Mi amigo Juanjo y yo éramos el uno. De este modo éramos dos niños con el 1, otros dos con el 2,… Y creo que no recuerdo que nadie llevara el 14, así que seríamos 13 parejas: en total, 26 niños y niñas. 

     El patio era muy grande y para llegar a él había que pasar por unos callejones estrechos y sombríos que había en los laterales del edificio. Aunque hiciera un gran día de sol, en esos callejones siempre hacía frío. A veces también bajábamos al patio por las tardes. Allí jugábamos con la tierra, con las hojas de los árboles,… no había nada excepto eso, así que ahí encontrábamos la diversión: una hoja era un plato y la tierra era la comida. También teníamos pelotas, jugábamos al pillao y al escondite,… y celebrábamos bodas “de mentira”. Casi siempre se casaban los mismos y el cura también era casi siempre el mismo. Yo iba de invitada, pero tenía un amigo que me acompañaba. Supongo que era mi novio (de mentira, claro).

     Tampoco recuerdo mi primer día en “Las Escuelas Nuevas” en el año 1985. Pero mis compañeros eran los mismos y lo siguieron siendo hasta sexto, momento en el que mezclaron los grupos A y B, no recuerdo por qué.

    En 1º y 2º mi clase era la de la planta de arriba, al fondo, a la izquierda. Actualmente ahí imparto matemáticas a los alumnos de 5ºA. Hace unos días, en mitad de la clase, como si pudiera retroceder en el tiempo durante unos segundos, recordé varias cosas de entonces: cómo estaba distribuida, dónde me sentaba,…

    Mi maestra era mayor, se llamaba Doña Mª de los Ángeles, era regordeta, y con unas gafas con cordones chulísimas. Se sentaba en la esquina donde ahora está el ordenador y algunas tardes hasta hacía punto con moldes. Esta es la única foto que tengo con ella. 


Aquí estamos, de izquierda a derecha, Toni, Juanma, 

nuestra señorita Mª de los Ángeles, mi amiga Juana Mari Ortega y yo.

     Mi madre tomó esta foto en un viaje que hicimos a la Vega del Segura: Abarán, Ojós,… Recuerdo que cada uno iba con su madre y que cogimos el tren. Yo iba sentada con mi amiga Juana Mari y mi madre iba con la suya. Me gustaba que nuestras madres también fueran amigas. Poco después Juana Mari se fue a vivir a Mazarrón y perdimos el contacto hasta hace unos años que nos encontramos otra vez. 


     En esta otra imagen la señorita está de espaldas bajo el escenario, mientras nos disponemos para cantar un villancico de Navidad.

     Estando en 2º me graduaron la vista, y cuando me dijeron que tenía que llevar gafas no me preocupó en absoluto, pero pedí que llevaran cordones, como las de mi señorita. Sólo las necesitaba para leer o ver la tele, pero me encantaba ponérmelas. No recuerdo que nadie me insultara por llevar gafas. Mi amiga Mónica me recordó hace poco que a ella le gustaban un montón. 

     Recuerdo que llevábamos un libro de lectura de un niño que iba en un carromato o algo así (seguro que mi amiga Ascen se acuerda hasta del título). Pues bien, algunas tardes mi señorita me castigaba a quedarme a las cinco a poner bien las esquinas de aquel libro, porque las arrugaba un montón. Hoy me parece increíble, pues me tomo muy en serio lo de no arrugar las hojas. Supongo que aprendí bien la lección. Y que conste que no tengo ningún trauma de aquello.

     Mª de los Ángeles regalaba cuentos pequeñitos (quizá eran Cuentos de Calleja, no lo sé) a los que se sabían las tablas de multiplicar. Si no recuerdo mal, mi amigo Ricardo consiguió ganar un montón. Yo lloraba porque me sabía las tablas pero no tan bien como él. Supongo que si no te las sabías “requetebién” no había premio. 

     No sé si mi señorita Mª de los Ángeles todavía vive, pero de hacerlo debe ser ya muy mayor. Han pasado 25 años desde entonces, aunque haya parecido un suspiro… 

    Pese a su avanzada edad, incluso preparaba funciones de fin de curso con nosotros. Aquél año hicimos de madrileños: dos parejas bailábamos un chotis mientras mi amigo Eli tocaba el organillo.
 

En esta foto salimos Paco y yo vestidos de madrileños con apenas 6 añicos…

     Cuando mi hermano Tomás empezó a venir conmigo al colegio, casi siempre tenía que esperarlo en la puerta de su clase, pues como se escapara sin mí me tocaba buscarle en el bancal de enfrente de la escuela. Allí jugábamos muchas veces al salir. Recuerdo que había albaricoqueros y más de una vez me lo encontré subido en uno de ellos comiéndose unos cuantos “albérchigos”. Había un muretillo que delimitaba este huerto, ya casi ruinoso. Nos gustaba caminar sobre él haciendo equilibrios cargados con la mochila. Hoy día ahí se encuentra el parque infantil. 

     Mis abuelos maternos Esteban y Ana María vivían junto a la cooperativa de vino “San Isidro” que entonces se encontraba en el edificio en el que hoy están “Sport Marcha” y la “Cafetería Zalú”. Quedaba tan cerca del colegio que muchas veces me quedaba a comer con ellos. Mi abuelo me daba almendras fritas de aperitivo y pan con vino y azúcar de postre. Cuando se quedaba sin vino le acompañaba a la cooperativa. Así yo le podía ayudar llevando la garrafa, porque él estaba cojo y usaba bastón y caminar cargado era muy incómodo. 

     Otra imagen que viene a mi mente es la de mi abuelo Tomás los días de lluvia. Ahora está muy extendido venir en coche al colegio, pero entonces prácticamente todo el mundo venía a pie, independientemente de lo lejos que estuviera de casa o del tiempo que hiciera. Había mucho tránsito por las calles de gente que se dirigía a la escuela. Pero muchos días de lluvia, mi abuelo Tomás venía al colegio a recogernos a mi hermano y a mí. Salíamos por la puerta que da al Paseo de la Murta y mirábamos buscando su Renault 7 blanco entre los demás vehículos. ¡Qué alegría nos daba si había venido! Luego, volviendo a casa, nos quedábamos mirando a través de los cristales cómo nuestros amigos iban andando bajo sus paraguas y nosotros secos y a cobijo del coche de nuestro querido y añorado abuelo Tomás. Mi madre nos cuenta que ella no le pedía que viniera a recogernos, sino que lo hacía porque él mismo quería. Nuestros abuelos paternos, Tomás y María, vivían justo debajo de nuestra casa, así que los lazos de cariño que establecimos con ellos permanecen a día de hoy aunque ya no están con nosotros. 

     En 3º y 4º mi señorita fue Doña Brígida, que vive en Bullas, recientemente retirada. Nuestra clase estaba al lado del almacén, donde actualmente se encuentra 6º B. Yo la quería un montón. Todavía hoy nos saludamos y hablamos cuando nos vemos. Recuerdo que después del recreo siempre nos ponía un dictado (ahora que lo pienso, era un estupendo recurso para lograr que nos calmásemos al subir de nuevo a clase). Lo que más me gustaba era su peculiar manera rauda y veloz de corregirlos: resuena en mi mente: 

“Pedro estaba en el campo:

Pedro con mayúscula, estaba con b y campo con m antes de p”.


     Dios mío, al escribirlo, es como si lo estuviera viendo. 

     Con ella hicimos un mapa del relieve de España con escayola. Pintamos las montañas de marrón y amarillo, los valles de verde, los ríos y mares de azul,… No podré olvidar que jamás pude colgarlo en ninguna parte, pues antes de que se endureciera la escayola había que poner unas alcayatas y las mías estaban abajo en lugar de arriba. No nos dimos cuenta hasta que estaba completamente terminado. ¡Qué desilusión tan grande me llevé!

     Un día, en el recreo, jugando a la cobra (¿alguien se acuerda de cómo se jugaba a la cobra?), me soltaron o me solté,… El caso es que caí de espaldas al suelo golpeándome la cabeza de tal manera que mi señorita Brigi escuchó el golpe. ¡Cómo sería de fuerte! Me llevó inmediatamente adentro y me puso hielo. Yo le veía una enorme cara de preocupación. No paraba de preguntarme cosas como ¿Cómo te llamas? ¡Dónde vives? Yo pensaba: “Ni que no me conociera”. Me dolía un montón, pero al verla atenderme sentía una gran tranquilidad: su preocupación, lejos de alertarme, me hacía saber que estaba en buenas manos. Hace unos años ella misma me recordó este hecho que yo casi había olvidado.

     Con ella también aprendimos a coser botones, a hacer vainica,... Esto último era especialmente difícil para mí, pues se trataba de coser una tela utilizando los propios hilos que la componían. Creo que mientras tanto, los chicos aprendían juegos de mesa en la clase de al lado. Hoy día algo así es impensable, niños y niñas de ambos sexos tendrían que hacer ambas actividades.

     En 5º curso mi maestro fue Don Victoriano. Sus métodos eran un poco “de la antigua usanza”, pues a veces tiraba de las patillas a los que no se sabían la lección. Con suerte, por exigencias del sexismo de la época, las chicas nos librábamos de eso. 

     De él recuerdo perfectamente su vozarrón, su forma de toser y que su vivienda estaba situada en las “casas de los maestros” porque sus ventanas daban al patio y a veces iba a almorzar allí y le veíamos. ¡Qué gusto que el colegio le pillara tan cerca de casa! 

     Era muy estricto, pero también nos proporcionaba afecto y pasábamos ratos divertidos con él. A mí me dejaba sentarme con mi mejor amiga. Y los martes por la tarde jugábamos a una especie de concurso de preguntas y respuestas que consistía en lo siguiente: nos subía en la tarima del aula (que todavía permanece en algunas clases de las actuales) y nos ordenaba alfabéticamente (creo). Entonces, desde el último hasta el primero, se abría el turno de preguntas que debían ser de los temas que estábamos estudiando, sobre todo de Ciencias Naturales o Ciencias Sociales. Si a quién le preguntabas averiguaba la respuesta, entonces perdías el turno y le tocaba preguntar a él al que estaba delante; si no se la sabía, se ponía el último y tú continuabas preguntando. Por eso para esa tarde todos preparábamos en casa una lista de preguntas “superdifíciles” para conseguir quedar el primero “o casi”. Creo que ahí empezó a aparecer la competitividad entre mis compañeros, buena para el aprendizaje pero un poco un poco desastrosa si querías mantener a tus amigos.

     Como Don Victoriano era muy mayor, el baile de fin de curso lo tuvimos que ensayar nosotros mismos, pero todavía me acuerdo de lo bien que lo pasábamos ensayando en la puerta de "la Pepi", pues junto a su casa había una plazoleta muy buena y con mucho espacio para los ensayos (hoy todavía está, y además reformada). A las crías nos encantaba lo de los ensayos, pero a los críos no les hacía mucha gracia. Yo creo que era porque tenían que hacer todo lo que nosotras mandábamos y si no seguían el ritmo nos enfadábamos un montón. Me acuerdo de la música: “La vi correr, llegaba tarde a clase, no sé qué hacer, esto no hay quién lo aguante, estoy enamorado y muy pronto lo sabrá, uhh, uhh, uhh, uhh”.

    Hace poco supe que Don Victoriano había fallecido. Cuando me comunicaron la noticia sentí un cierto frío en el estómago, pese al tiempo que había transcurrido desde la última vez que le ví.

   Como he dicho antes en sexto mezclaron los grupos A y B y yo pasé al A mientras muchos de mis amigos se quedaron en el B: "la Silvia, la Ascen, la Pepi, el Juanma, el Eli, la otra Ascen, el Cristóbal, el Ricardo, la Juana Dolores",… amigos a los que ya no me quedaba otra que verlos en el patio. Lo cierto es que no sé por qué lo hicieron, pero a mí me sirvió para hacer más amistades. 

Ésta es una foto de aquel curso.

    Casi recuerdo cómo estábamos sentados: el Paco Pepe con el Paco Álvarez, el Toni con el Diego, la Cati con la Susi, la Ana con la Gloria, la Paqui con la Mónica, el Bernardo con el Antonio Abril, el Alfonso con el Mon,… y yo con la Loli. Si no menciono al resto es porque no me acuerdo con claridad. 

     En el paso de 5º a 6º se decía que cambiábamos de “etapa”. Supongo que el sistema educativo estaba estructurado de esa manera. El caso es que el cambio de etapa también significaba el cambio de patio en el tiempo del recreo. Antes, el actual patio de primer ciclo estaba separado por unas verjas y una puerta del patio de los actuales 2º y 3er ciclo. Esto nos hacía sentirnos mayores. Ya no jugábamos a cosas “de críos”, sino que los juegos eran “de mayores”, y dedicábamos mucho rato a hablar con las amigas sentadas en los escalones del porche o a estudiar un poco para el examen que quizá había que hacer después del recreo.

    Una de mis maestras en aquellos años fue Doña Susana, extraordinaria enseñando matemáticas. Aprendí muchísimo de ella y la recuerdo con un profundo afecto y admiración. Por las tarde jugábamos a “Cifras y letras”. Éste era el nombre de un programa que ponían todas justo antes de entrar por la tarde al colegio en la segunda cadena. Cuando nos tocaba matemáticas por la tarde, tomábamos los datos del programa y tratábamos de encontrar la solución en clase. De camino a la escuela yo ya intentaba hacer los cálculos mentalmente para ver si al llegar me salía el resultado. 

     Don Jesús, quién fue director por muchos años y todavía lo era cuando yo empecé a trabajar en el año 2003, fue mi maestro de Ciencias Naturales. El libro que llevábamos en su asignatura tenía un apartado de “Ideas básicas” que había que estudiar siempre. Los exámenes llevaban, sobre todo, preguntas de las “Ideas Básicas”, así que si habías estudiado algo cada día, era fácil sacar un 10. Él dictaba las preguntas del examen; nosotros las copiábamos en un folio en blanco y luego las respondíamos. Nada de fotocopias como ahora. 

    Creo que la primera vez que vi una fotocopia, fue en un examen de mi joven maestro de inglés Don Juan Matías. Dichas fotocopias eran de color lila. No vi la máquina que las hacía ni entendí por qué mecanismo funcionaba hasta que hace unos meses, con motivo de una visita a las Escuelas Viejas, Don Luis lo explicó a mis alumnos intentando hacerles ver las diferencias tan grandes entre unos momentos y otros de la historia. Nos explicó como este aparato constituyó un apoyo increíble a la enseñanza. 

    Don Juan Matías, a parte de hablarnos en otro idioma, parecía sacado de otro molde: hacía juegos en clase; creó el rincón de inglés en una de las paredes dónde poníamos cosas de esta asignatura, nos enseñó mucho vocabulario desconocido para nosotros muy útil como “play, stop, rew,…” porque aparecía en todos los equipos de sonido; nos planteaba trabajos de grupo chulísimos en los que teníamos que entrevistar a otras personas en inglés grabándonos en una cinta que luego reproducía en clase; nos traducía canciones de nuestros artistas favoritos que luego escuchábamos,… Así fue como por primera vez entendí lo que decía una canción en otra lengua. Nos tradujo “The wind of change”, de Scorpions (una banda alemana de heavy metal que le encantaba a mi amigo Paco). Era una balada de la que nos sorprendió la letra, pues muchos pensábamos que los grupos de rock duro no tenían temas así. Resuena en mis oídos: 

“ I follow the moskva down to gorky park listening to the wind of change...”

    Doña María José y Doña Antonia fueron mis maestras de lengua aquellos años. Extraordinarias maestras, sin duda. Doña Antonia estuvo de baja unos meses. Su sustituto, un maestro joven, nos enseñó teatro y los de 8º A representamos “Riquete el del Copete”, personaje que tenía que decidirse entre casarse con una hermana fea y lista y otra guapa y tonta (yo hacía de la segunda y me quedé sin marido; mi amiga Susi tuvo más suerte). Los de 8º B “se picaron” y cuando Doña Antonia se reincorporó de nuevo tuvieron que representar otra obra, “El traje nuevo del emperador”, pero por suerte para ellos, esa obra está grabada en vídeo y la nuestra, según me consta, creo que no.


    Don Cristóbal, mi maestro de Ciencias Sociales, era muy serio y muy recto, y creo que nunca le oí alzar la voz. Me encantaba su letra y me inspiraba autoridad, pero jamás miedo, que aunque pueda ser parecido, no es lo mismo.

    Mi maestro Juan Ángel me daba religión. Gracias a él he leído algunas partes de la Biblia. Lo que pasa es que las Biblias aún no estaban adaptadas. En la actualidad tengo una muy buena que ojalá hubiese tenido entonces. 

     Don José Luis, mi maestro de Educación Física, fue mi tutor de 8º. Era muy bueno y cariñoso con nosotros. Nos llevaba a correr a La Rafa, y después nos dejaba un rato jugar en las ruinas de la fábrica de seda que actualmente está convertida en un apartahotel. Años más tarde fue a trabajar al extranjero y no le vi durante mucho tiempo. Hace tan sólo unos meses estuvo en el colegio y me alegré de poder volver a saludarle. 

Esta foto es mi promoción de 8º, antes de marchar al instituto.

    No sé si fue en este año, pero hicimos una Asociación de Alumnos, que por primera vez existía en el colegio. Elegimos a nuestro presidente, que fue "el Toni". Nos ayudaban algunos maestros y llegamos a conseguir algunas cosicas importantes… Recuerdo que en aquellos días querían arrancar los eucaliptos de enfrente del colegio. Estos árboles son los que dan nombre a la calle en la que se encuentra el colegio, pues “murta” es un conjunto de eucaliptos, y por este motivo (imagino), la calle se llama “Paseo de la Murta”. Iba a ser una pena que la Murta se quedara sin eucaliptos, así que a través de nuestra asociación de alumnos planteamos una manifestación en contra de este hecho y nos fuimos con todo el colegio a la puerta del Ayuntamiento. Ante tal hecho, el Alcalde debió reconsiderar su decisión y los árboles no se arrancaron. Para nosotros fue un enorme logro, un gran triunfo, y una forma de aprender, de la mano de nuestros maestros, cómo podíamos involucrarnos en temas serios, cómo nuestra opinión tenía derecho a ser oída y tenida en cuenta, cómo podíamos participar en la vida de nuestra localidad y cómo podíamos manifestarnos pacíficamente por un fin noble como aquél. 

    No sé si fue en 8º, pero hicimos una especie de campamento de invierno en “Los Urrutias”, donde tuvimos la oportunidad de aprender cosas en contacto directo con la naturaleza. Además, dormíamos en un colegio (convertido en albergue), en unas habitaciones con literas, poníamos y quitábamos la mesa y comíamos de lo que nos ponían. Paseábamos por la playa recogiendo conchas para luego clasificarlas, hacíamos lo mismo con semillas recogidas en “El Carmolí”, tomábamos fotografías del atardecer, pasamos alguna noche haciendo gymkanas en la playa, reciclábamos papel, había sala de juegos y televisión… Estuvo realmente genial. 

     Ese año hicimos el viaje de estudios a Galicia. No sé cómo se atrevían a ir tan lejos con nosotros, pero lo cierto es que no era tan arriesgado y contaban siempre con el consentimiento de nuestras familias y con su respeto absoluto en su quehacer como docentes. ¡Qué grandes recuerdos de aquél viaje! Lo más guay: dormir fuera de casa, comer en un restaurante, bailar en la discoteca del hotel por la noche,… jugar a ser mayores cuando teníamos sólo 13 años!

    Terminé mis estudios en el colegio en el año 1993. Allí se quedaban mi hermano Tomás, que había hecho 4º y mi hermano Esteban que ese año empezaría a ir a Parvulitos (que así le llamábamos a la Educación Infantil) en las Escuelas Viejas. En el instituto cursé 3º y 4º de la ESO y 1º y 2º de Bachillerato. Cuando tuve que decidir qué quería estudiar en la universidad tuve muchas dudas y, después de algunos giros que dio mi vida, terminé estudiando la titulación de Maestra en Educación Primaria. Todos mis amigos me lo recomendaban; decían “Pili, tú vales para eso”. 

    Mientras estudiaba en la universidad derribaron las casas de los maestros y adjudicaron la obra del nuevo centro de Educación Infantil a la empresa de encofrados de mi padre, que entonces se dedicaba a eso. Un día, hablando con él cuando la construcción todavía estaba en la fase de la cimentación, le comenté: “¿Imaginas, papá, que algún día trabajase en este centro que tú estás construyendo?” Cuál fue mi sorpresa cuando después de opositar en el año 2003, obtuve plaza y mi primer y definitivo destino fue éste, mi querido colegio, donde empecé siendo maestra de 5 años de un grupo del que fui tutora hasta que terminó en 6º de Primaria. Aquellos alumnos, que hoy día cursan 3º de ESO ocupan un lugar especial en mi corazón. Me enseñaron todo lo que no aprendí en la universidad: a ser “maestra una de verdad”. 

    Cuando en septiembre de 2003 entré por la puerta de este centro me invadieron una serie de recuerdos de golpe que todavía me causan gran emoción. Hacía muchos años que no entraba en el edificio. Jesús, Juan Matías y Juan Ángel, antiguos maestros, ahora eran compañeros de profesión. Era una sensación extraña para mí a la que poco a poco me fui acostumbrando. 

    Si tuviera que resumir en una palabra todos aquellos años, creo que sería CALMA. Todo se hacía con calma, o así lo percibía yo. Y lamentablemente ahora vamos con prisa a todas partes. Mi madre me esperaba en casa con un vaso de leche caliente. Hoy los niños hacen corriendo los deberes porque no pueden llegar tarde a pintura, a solfeo, a natación, a fútbol,… No soy menos feliz por no haber hecho todas esas cosas. En su lugar jugábamos con los amigos en la calle, íbamos a ver un partido de futbito a una pista que había junto al cuartel,… Como mucho, la catequesis, la biblioteca para hacer un trabajo de grupo,… hacer los deberes con alguna amiga,…

    Si puedo utilizar otra palabra más para resumir aquellos años, sería la FELICIDAD. La felicidad de no tener responsabilidades, de vivir el momento, de no tener que hacer planes, ni organizaciones que estructuran el día a día,… como mucho me preocupaba lo que ocurriría la semana siguiente, no mucho más… Es la suerte de la infancia. 

    Me gusta mi trabajo, disfruto de él, me hace feliz ser maestra,… Supongo que sería igual en cualquier parte, pero hoy por hoy lo es mucho más en este centro donde, como dije al principio, crecieron mis padres, los hicimos mis hermanos y yo y lo harán también mis hijos. 

    ¿Con qué me quedo de mi paso por el colegio? Sin duda alguna, con mis amigos. Me siento muy querida por todos ellos, aunque con algunos haya perdido algo de contacto. Y yo también les quiero profundamente. Pasábamos tanto tiempo juntos que, qué mejor que utilizarlo para crear grandes lazos de amistad. En este sentido, soy muy afortunada. 

     Mi gran agradecimiento a todos mis maestros por llevarme por este camino de la enseñanza con tanto acierto. Mil gracias de todo corazón. 

4 comentarios:

  1. Anónimo4/15/2013

    Querida amiga. Tus palabras me han emocionado, sobre todo porque se que tú lo hiciste al escribirlas.
    Cuando empezamos a estudiar la carrera no sabíamos dónde terminaríamos, y hoy tengo la inmensa suerte de tener a mi amiga Pili como compañera de trabajo. Un beso amiga, un beso compañera.

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  2. Anónimo4/16/2013

    Amiga Pilar: Hay personas dotadas de una enorme sensibilidad, que saben mirar profundamente desde esos ojos preciosos y transmitir bondad, entusiasmo, compromiso. Sin duda es una bendita suerte poder trabajar contigo y aprender día a día de tu dedicación y cariño a los niños, al colegio, y a cada uno de nosotros. Que Dios te mime hasta el infinito y que cada uno de tus días estén llenos de la alegría de los niños en una excursión por el campo. Un beso.

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  3. Anónimo5/02/2013

    MARIA,me has emocionado,solo te digo que eres un ecanto, es un privilegio tenerte como amiga,no cambies nunca.UN ABRAZO FUERTE FUERTE

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  4. Anónimo5/05/2013

    Me ha encantado tu artículo, Pilar. Lleno de felices vivencias, algunas de las cuales hemos compartido (Aula de Naturaleza de Los Urrutias, viaje a Galicia, tutoría de octavo…). Me alegra que te sientas feliz con tu profesión y que tengas la suerte de llevarla a cabo en el Ródenas, colegio que nos ha dejado huella a todos los que hemos pasado por él.

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