jueves, 11 de abril de 2013

Posted by Ródenas 50 Aniversario On 11.4.13
D. Ramón Gil Martínez fue alumno de las Escuelas Viejas, y nos ha hecho llegar esta colaboración.


Creciendo en los colegios de Bullas
“Elogio agradecido a mis maestros”



Cuando paseando por las calles de nuestro pueblo me reencuentro con los tres colegios en los que realice mis primeros estudios, Colegio del Amor de Dios, Escuela de los Cuatro Maestros (D. Antonio García) y Escuela del Sr. Blas, soy cada vez más consciente de que aquí los límites de mi vida se ampliaron para siempre.

Mis maestras, las religiosas del Amor de Dios, y mis maestros D. Juan, D. Julio, D. Francisco y D. Blas (el Regino) me dieron mucho, me dieron tanto. En los colegios de Bullas yo sentí, siendo niño, una ayuda tenaz, firme, a veces disimulada, otras veces explícita y clara.
Aquellos maestros de nuestro pueblo me inculcaron la pasión por aprender. Con ellos siempre tendré una deuda de gratitud, pues me enseñaron que el esfuerzo y el trabajo bien hecho siempre dan su fruto. Me pusieron la vida ante mis ojos y me dijeron: “Cógela, manéjala, es tuya, tú puedes, y lo que es más importante, tú debes, debes hacer algo bueno con tu vida. Es tu responsabilidad y nosotros te ayudaremos si nos dejas”.

Permitidme que desde estas páginas me dé el lujo de elogiar a los maestros con los que crecí. Con el paso del tiempo pensar la realidad que me rodea, que me compete y transforma se convirtió en una necesidad básica. Yo recurrí a la filosofía para hacerlo, pero me consta que no pocos de mis compañeros encontraron su camino en otros oficios. Creo que casi todos tenemos en común que crecimos contagiados de la fortaleza, dedicación y compromiso de nuestros maestros. Personas que hacían de su pasión su trabajo, de su trabajo su vida, de sus  alumnos su familia, de su centro su casa. Y eso os lo digo, no porque también me haya dedicado a la enseñanza, sino porque siendo un niño ya lo empezaba a percibir.
Cuando en 1957 Albert Camus recibió el Premio Nóbel de Literatura se lo dedicó a Louis Germain. Poco después le escribiría una carta a su viejo maestro. Una carta breve y sencilla. No era necesario más. Decía así: 

Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero me ofrece, por lo menos, la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivo en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Lo abrazo con todas mis fuerzas

Este argelino pobre y huérfano de padre, Albert Camus, cuya madre era analfabeta y cuya abuela solo deseaba que saliera de la escuela y se pusiera a trabajar, tuvo la suerte de encontrar un maestro que supo ver su genialidad y se comprometió con él.

Lo que hizo Louis Germain es lo que hace un buen maestro. Comprometerse, no con el genio de sus alumnos, porque evidentemente no todos tenemos la suerte de ser superdotados como Camus, sino comprometerse con la realidad de educarnos. La educación no nos hace premios Nóbel, nos hace, y me repito sin complejos, ¡libres! Y la libertad es lo que nos hace hombres, simplemente humanos.

¿Y qué es lo que más anhela el ser humano? Es obvio, todos, estemos o no familiarizados con los grandes sistemas filosóficos, podemos llegar a concluir que lo que el hombre anhela, a lo que aspira en cada uno de sus pasos, en cada uno de sus actos, es a la felicidad.

Y no me creáis pretencioso si me atrevo a afirmar hoy, en este breve artículo, que los maestros transitan la senda de la felicidad en su labor diaria.

Pienso sinceramente que no es feliz el que satisface sus intereses particulares de manera despiadada y egoísta. A mi juicio la felicidad es un impulso que arranca de la necesidad vital de edificarse en un sentimiento solidario con los otros; en un pacto por los otros para paliar la desdicha, la pobreza, la falta de amor y la ignorancia. ¡Decidme si no es eso lo que hacen muchos maestros y maestras! ¡Decidme maestros y maestras, que leéis estas páginas, si no es eso lo que hacéis cuando, junto con la lección que toca impartir, transmitís un profundo quehacer moral, una educación en valores que desde luego es imposible plasmar totalmente en las programaciones  anuales!

Quiero pues elogiar, con profundo agradecimiento, a mis primeros maestros por su compromiso y entrega con la educación de los niños de Bullas, en aquellos años tan difíciles, años de pobreza económica y cultural en nuestro pueblo. Por enseñarnos que les debíamos guardar respeto, como a nuestros padres. Porque  nos enseñaron a leer con fluidez y en público, a escribir con limpieza, evitando, en lo posible, las faltas de ortografía. Ustedes, queridos maestros,  nos iniciaron en el aprendizaje de las matemáticas y en el manejo de ciertas reglas para resolver correctamente los problemas. Nos enseñaron, además, el conocimiento básico de la gramática y a conjugar admirablemente los verbos en activa, pasiva y perifrástica.

Pero el mayor elogio que quiero hacer de ustedes es por su empeño en hacernos personas decentes, disciplinadas y trabajadoras. Ustedes nos ayudaron a ser conscientes de que hay unos límites, valores y normas de integridad, convivencia y respeto a las personas, que necesitamos tener presentes antes de actuar. Por todo ello brota de mi corazón bullense un manantial de enorme admiración y agradecimiento a mis maestros y maestras.

Me encantaría que en la actualidad, en Bullas, padres y alumnos valoraseis mucho más a vuestros maestros y maestras. Yo quisiera que para vosotros el maestro llegara a ser un referente, un amigo, un cómplice, alguien que despierta el interés por aprender y la alegría del estudio, un orientador que motiva y estimula la responsabilidad y la satisfacción del deber cumplido. Alguien que destruye muros, al que interpelar para salir de la duda, que te clarifica y a la vez te sugiere. Alguien con quien poder dialogar, desde el respeto y consideración. En el diálogo, se aúnan las vidas de maestros y alumnos.

Estoy convencido de que muchos maestros y maestras no solo  entienden  su labor como una profesión, estrictamente, sino como una vocación. Que sólo en escasos momentos se sienten derrotados y perdidos, y que cuando flaquean hastiados por el menosprecio de algunos que les señalan y vapulean injustamente, se recomponen y luchan para ofrecer una educación de calidad acompañados de sus alumnos.

Valoremos más a nuestros maestros, a los maestros y maestras de Bullas, y colaboremos con ellos. No olvidemos jamás que sin los maestros y maestras no hay educación, y que sin educación no tenemos futuro.

Los maestros son agentes primordiales de educación, formación y cultura. Ellos estimulan y promueven, de modo admirable, el interés y el hábito de la lectura. Son pues creadores de cultura. Y esto es de suma importancia para todos, pues sólo a través de la cultura estaremos en condiciones de resolver los inquietantes problemas que acechan a nuestro país, frecuentemente entusiasta y esforzado, pero falto de luz. Sin educación, sin libros, sin preparación y cultura corremos el peligro de convertirnos en esclavos de una terrible organización social. 

El insigne escritor ruso Fedor Dostoievski, prisionero en Siberia, pedía socorro a su familia diciendo: “Enviadme libros, muchos libros, para que mi alma no muera”. Los maestros y maestras de ayer y de hoy nos enseñan, de manera comprometida, que “libros, formación, preparación, educación y cultura” deberían pedir los pueblos como piden pan o anhelan la lluvia para sus sementeras.

Ramón Gil Martínez
Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación 


Anexo: Entrevista a D. Ramón en el periódico Magisterio

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