martes, 4 de junio de 2013

Posted by Ródenas 50 Aniversario On 4.6.13
No es tarea fácil comenzar a hablar en un acto como el de hoy en el que celebramos el 50 aniversario del Colegio Obispos García-Ródenas, se mezclan en mí muchos sentimientos y recuerdos difíciles de explicar en unas pocas palabras. He de decir que se hace más llevadero con la compañía de Pilar con la que he compartido una historia paralela en la profesión. Ambos fuimos compañeros de pupitre, los dos llegamos a trabajar juntos al colegio e incluso ambos creímos que nuestra vida profesional iría por otro camino y finalmente nos descubrimos estudiando lo mismo. 

No queremos empezar sin antes agradecer a nuestros compañeros que pensaran en nosotros para poder dirigiros unas palabras en nombre de nuestro claustro, para nosotros ha sido un verdadero honor y un privilegio.
He sido alumno durante 11 años y estoy a punto de terminar mi décimo año de trabajo en el colegio como maestro. Me gustaría poder recoger en estas breves palabras, aquellos pensamientos de mis compañeros y rescatar aquellos recuerdos de los que un día pasaron por aquí, dejaron su huella y se forjaron como docentes. 

Es por todos bien sabido que un colegio no dice nada por sí solo, sino es con la comunidad educativa que lo conforma. Un colegio no dice nada a través de sus muros de piedra, un colegio vive, un colegio respira, a través del trabajo incansable de sus maestros y maestras, un colegio crece, ríe y llora con sus alumnos, un colegio mira con esperanza al futuro a través de las familias que unas veces sufriendo y otras con alegría, ven como poco a poco sus ilusiones y sus anhelos van dando sus frutos.

Es así como entendemos la escuela y así como entendemos al Ródenas, un centro que nunca ha dado la espalda a su realidad, que sabe que su riqueza radica en la calidad humana de las gentes que lo conforman, que sabe que su fuerza está en la pluralidad, en el respeto al diferente y en la defensa de lo público como la mejor herramienta para eliminar y disminuir las desigualdades de nuestra sociedad.

Seguro que muchos de vosotros esperabais de estas palabras una colección de recuerdos pasados, de momentos buenos y no tan buenos vividos dentro de las paredes del Ródenas. Empresa difícil de acometer sería para mí si estas palabras de hoy las dedicara a la evocación de ese pasado, para eso tenemos las fotografías, los videos y las numerosas conversaciones, que a cuenta de esta celebración, estamos teniendo estos días.

Desde mi punto de vista y creo que en esto coincidimos muchos de los que estamos hoy aquí, si para algo debe servir esta celebración, es para mirar al futuro sin olvidar ni por un solo momento que nos sustenta la experiencia de nuestros 50 años. Empezamos a escribir una nueva página en la historia de nuestro colegio y debemos escribirla; como dice la canción; haciendo que cada letra sea una semilla de futuro, intentando sacar lo mejor de cada uno, haciendo posible entre todos aquello que el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry decía a través de su Principito: “Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar la suya”. Estos 50 años tienen sentido no por el colegio en sí, sino porque muchos a través de él han dejado una huella imborrable de dignidad y humildad que ha ayudado a muchísimas personas a encontrar su estrella, nosotros somos una pieza más para que los próximos 50 años el faro de nuestro colegio siga encendido. Unas veces la luz será tenue, otras brillará con más fuerza, pero siempre servirá para poder guiar a cada uno hacia su estrella o hacia su camino. 

Muchos colegios cuelgan con honra los nombres de personajes ilustres que han pasado por sus aulas y muestran con orgullo sus logros. El Ródenas se enorgullece en cambio, de la fortaleza de sus alumnos y alumnas para llevar a cabo sus proyectos e ilusiones, se complace  de ser un centro de personas sencillas, que han luchado por conseguir su espacio en el mundo a base de esfuerzo y mucho sacrificio, cada uno desde su trabajo, como agricultor o como alcalde, como abogado o como maestro, como albañil o como ingeniero, a cada uno de los alumnos y alumnas de nuestro colegio se les ilumina una sonrisa cuando dicen: “Yo fui al Ródenas”. 

Una vez más vuelvo a retomar la idea con la que empecé esta intervención, nuestro colegio es lo que hoy es gracias a la sencillez que encierran las personas que han pasado por él, porque es a través de las cosas sencillas como más se reflexiona y más se aprende.
He tenido la suerte de poder estar en este colegio como alumno y como maestro, aquí me he criado y aquí empecé a trabajar. Con más errores que aciertos estoy pasando mis primeros años de docente compartiendo trabajo, preocupaciones, ilusiones, alegrías y tristezas con aquellos que un día fueron mis maestros y he de reconocer que para alguien que se va enamorando día tras día de su trabajo, contar con el apoyo, la experiencia y el criterio de quien lleva más horas de rodaje en la profesión es algo que nunca se podrá agradecer como se merece.

No quiero que estas palabras se conviertan en un recuento de anécdotas personales, no estoy aquí para eso, pero sí me vais a permitir una pequeña licencia ya que no voy a encontrar una ocasión mejor para hacerlo. 
Yo nunca supe que acabaría siendo maestro de primaria y seguro que muchos de mis maestros que hoy están aquí tampoco lo pensaban de mí. He encontrado personas que me han aportado mucho a  lo largo de la vida. He tenido maestros y maestras excepcionales, con algunos he compartido después trabajo: Don Jesús, Don Juan Matías, Don Luís, Don Juan Ángel, pero no puedo irme de aquí, ni puedo concluir mi intervención sin hacer mención a una persona a la que siempre estaré agradecido de todo corazón y a la que siento como mi maestro en toda la extensión de la palabra. 

Me estoy refiriendo a Don Juan Lucas Martínez, no puedo decir que recuerde de él grandes palabras, ni grandes frases como vemos en los maestros que aparecen en las películas, pero sí que tengo muy presente  su manera de trabajar, su ayuda y esfuerzo permanente que le llevaba a quedarse después de las clases con los alumnos que más atrasados íbamos para intentar sacarnos adelante.

En aquel momento no era capaz de darme cuenta,  pero ahora sí puedo decir que aquel maestro que sonreía detrás de su bigote y su imponente voz grave nos enseñó la lección magistral más importante de nuestras vidas: hacer siempre lo que puedas, con lo que tengas y en donde estés, teniendo siempre en cuenta que no hay un gran talento sin una gran fuerza de voluntad. 
Quiero terminar mi intervención retomando una idea anterior; aprovechemos la celebración de este 50 aniversario trabajando en el presente como única manera de forjar un futuro, un futuro de todos y con todos, un futuro, que no sea como decía el poeta Eduardo Galeano “ una piedra muerta, sin tierra, sin agua, sin aire y sin alma”  sino que sea un futuro con el que todos podamos soñar y nos permita seguir construyendo esta gran familia: La familia del Ródenas.

Muchas Gracias.


***


Ya conocéis los caminos que a Raúl y a mí nos condujeron al Ródenas. Fue una gran alegría para ambos encontrarnos, ahora  como maestros, en el mismo colegio en el que un día fuimos alumnos. Tal como él ha descrito, y para no repetirnos mucho más, desde aquí mi gran agradecimiento a todos por este cariño manifestado a ésta, nuestra escuela: “El Colegio Obispos García-Ródenas”. Aquí crecimos, conocimos a mis nuestros primeros amigos y por supuesto, aprendimos tantas y tantas cosas. Forma parte de nuestra historia personal y de la de tantas y tantas generaciones que han crecido aquí. 

Os formulo una pregunta, ¿qué recordáis del Ródenas? ¿Alguno contestaría que recuerda “que allí aprendió a sumar”? Seguro que no, ¿verdad? Y es cierto que allí nos lo enseñaron, pero eso no es un recuerdo; eso es un aprendizaje. 
Nuestros recuerdos del colegio están siempre ligados a experiencias personales, como vivencias en los pasillos, charlas con los amigos, juegos en el patio, excursiones, peleas y conflictos, aquél maestro malo o aquél maestro bueno, aquél que era muy estricto o aquél otro que era mucho más divertido,… Y para esto el Ródenas siempre ha sido muy especial. Todos cuantos alumnos del Ródenas conozco manifiestan un gran afecto hacia este colegio con una enorme satisfacción. Era, y creo que todavía lo es, un centro que albergaba alumnado de diferente procedencia social, y este hecho, os aseguro, le hacía único en nuestra localidad. 

Por eso tengo claro que, por supuesto, he de enseñar a nuestros alumnos todo lo que deben aprender, pero si quiero llegar más allá, al lugar más profundo de cada ser, debo intentar que ese proceso sea realmente especial. 

Hoy ejerzo mi profesión en el mismo lugar en el que descubrí mi vocación. A veces me invaden recuerdos nostálgicos del pasado a cuál de ellos más especial. Tuve la fortuna de crecer feliz y las vivencias en este centro contribuyeron profundamente a ello. Cada rincón del edificio alberga un recuerdo, y aunque algunas cosas han cambiado, la esencia sigue siendo la misma… Por eso creo que el Ródenas ya tiene un alma. 

Recuerdo que cuando mi promoción pasó al Instituto nos alababan diciendo que todos los que llegábamos del Colegio Ródenas estábamos muy bien preparados. Sería porque la formación que recibimos aquí resultó ser tremendamente buena, y eso se lo debemos a los que fueron nuestros maestros, algunos aquí presentes: Doña Susana, Don Francisco, Don Cristóbal, Doña Brígida, Don José Luis, Doña Juani,… y a otros que también lo fueron y que luego han sido nuestros compañeros de trabajo: Don Juan Ángel, Don Jesús, Don Juan Matías,…

Dicho todo esto, creo que para mí nuestro colegio no podría ser únicamente un lugar en el que ejercer una profesión. Más cuando esta bella profesión, la del maestro, termina impregnándonos de tal manera que no podemos escapar a su encanto.

Cada día es una nueva oportunidad de enseñar. Pero lo realmente extraordinario es que nuestros alumnos lo aprendan. Y si además tenemos suerte, puede que sea algo que impacte verdaderamente en ellos. Y en ese caso el sentimiento que te invade es... grandioso, la recompensa es inmediata y la satisfacción es enorme. 

No en vano, también lo es la frustración ante las diversas situaciones complejas que debemos afrontar a diario y esto también es algo con lo que, como maestros, hay que aprender a vivir. Y lo cierto es que no siempre es un fácil. 

Los niños y niñas de 3 a 12 años a los que va dirigida toda nuestra enseñanza no son pequeñas maquinitas de aprender. Además llegan al colegio cada día impregnados de emociones que no siempre saben gestionar. Y ahí están, delante de ti. Y tú les debes enseñar. Cuando estudiaba en la universidad creía que mi primer día de trabajo iba a ser algo así: entraría por la puerta y allí estarían todos ellos, deseando aprender todo lo que yo estaba tan capacitada para enseñar. Lo que sucedió después no pudo estar más alejado de aquél sueño, pero sin duda, resultó ser maravilloso con creces. 

Poco después me dí cuenta de que no sirve de nada guardar exámenes, fichas o propuestas de trabajo que te han resultado muy útiles este año que estás en 5º. Crees que si en unos años vuelves a impartir clase en 5º, van a ser de gran ayuda y te vas a encontrar el trabajo hecho. Y luego resulta que para esos nuevos alumnos no tienen ningún sentido, pues cada grupo de alumnos vive, siente y definitivamente, aprende, de una forma completamente diferente a cualquier otro.  

De nuevo, la maravilla del ser humano te sorprende una vez más y ahí se halla la magia de esta labor que ejerce el maestro. 

Y ya para terminar, concluyo sin olvidar mencionar que nuestro Colegio ha albergado cientos de maestros que llegaron a él con sus propias inquietudes y ha sido el lugar en que desarrollar esta tarea tan delicada por tantos y tantos docentes. Hoy por hoy, más de treinta compañeros compartimos trabajo y esfuerzo con la preocupación constante por las dificultades que nos plantea el ejercicio de esta profesión. Me consta que cada una de las personas que formamos el claustro está plenamente involucrada en su trabajo y comprometida con la enseñanza. Aprendo cada día de ellos; sus experiencias me siguen enseñando a mejorar mi trabajo, así que en cierto modo a pesar de ser maestra, tampoco he dejado de ejercer como “alumna”.

Pero aquellos que más nos enseñan son, sin duda, cada una de esas personas que en teoría, vienen al centro a aprender de nosotros. Los alumnos, sin siquiera saberlo, son mis grandes maestros. Cada vez que les enseño algo es como si yo lo tuviera que aprender de nuevo y con ellos recuerdo a diario un principio vital en la existencia del ser humano: “que el respeto es la base de la convivencia”. A mí me lo enseñaron mis padres y mis maestros y ahora creo que es de justicia transmitirlo a nuestros alumnos en el colegio. 

Enseñemos, pues, a pensar,… Enseñemos a soñar,…

Por otros cincuenta años… ¡Viva el Colegio Público Obispos García-Ródenas!

Muchas gracias


***
D.ª Pilar y D. Raúl son antiguos alumnos y actuales maestros del colegio.





0 comentarios:

Publicar un comentario

Tus comentarios son útiles para enriquecer este blog. No olvides identificarte.